Salí a caminar a primera hora de la mañana hacia un parque y al llegar, vi a Jesús orando en un banco de madera. Cuando vi que su semblante cambió y comenzó a contemplar el amanecer, me acerqué a aquel banco. Al notar mi presencia, nos saludamos y me recibió con un cálido abrazo, solo bastaba estar a unos metros para sentir que estaba frente al Rey de Reyes. No necesitaba corona, su luz y santidad eran suficientes para revelar su gloria. Ese y cada uno de sus abrazos no solo son refugio, también sanan, mueven las fibras del corazón y al mismo tiempo regocijan el espíritu.
Luego de abrazarlo, me hizo lugar para unirme a él y después de unos minutos le dije:
— Seguro recuerdas que cuando tenía alrededor de 11 años asistí a un campamento en el que debía memorizar el Salmo 126, y desde que lo escuché por primera vez, ¡me fascinó!
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con estos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.
A raíz de lo que ha sucedido en Venezuela en las últimas semanas, este capítulo volvió a mi mente y quise explorarlo de vuelta. ¿Quieres escuchar mi reflexión?
Jesús sonrió cuando mencioné ese Salmo y lo recitamos al unísono con mucho sentimiento. Él rememoraba cómo cada israelita vivió aquel doloroso exilio. Aún tenía latentes las desesperadas oraciones de auxilio en esos días oscuros. Por mi parte, cuando lo aprendí afirmé mi relación con Él y comenzó un hermoso camino de madurez espiritual. Es una etapa que recuerdo con cariño.
Al hacerle la pregunta, me dirigió su dulce mirada y respondió:
— Quiero escucharte, hija. ¡Cuéntame más!
— Reflexionando, recordé que cuando estuviste en la tierra, muchos esperaban que, como Mesías los libraras de los romanos que los oprimían en ese entonces. Pero en realidad, viniste a liberar sus almas. Les costó entender que esta salvación es más poderosa que cualquier libertad física que podríamos recibir. Pablo, aun estando en la cárcel, vivió momentos de más gozo que algunas personas que nunca pisaron una celda.
A Jesús le brillaron los ojos cuando mencioné a Pablo, él sí que sabía de primera mano la trayectoria de su fiel apóstol, y respondió:
— "Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres". Si un corazón se arrepiente genuinamente, creyendo en quién soy y en el sacrificio que ofrecí por él, tendrá mi salvación.
— Estos días he pensado mucho en cómo ese deseo de libertad por mi nación está a flor de piel en tantas personas. Hemos orado todos estos años para que sigas obrando en Venezuela, y me di cuenta que mi mayor anhelo debe ser que tu salvación se extienda a otros rincones del país. Porque, aunque cambie la situación actual, cambien los gobernantes y la nación crezca en gran medida, las almas seguirán cautivas si no han conocido tu libertad. —le dije a Jesús con preocupación.
— Yo estoy trabajando en tu país, hija mía. Hay tanto que estoy haciendo que podríamos pasar horas mientras te lo cuento. Ten por seguro que mi mayor deseo es ver hijos regresar a la casa del Padre. Escuchar oraciones sinceras que lleguen al cielo como una invitación a una fiesta, porque alguien más ha recibido salvación.
Nunca dejaré la obra incompleta. Cuando un alma recibe salvación, la obra recién comienza y la transformación no solo es visible para la persona sinó para quienes lo rodean.
Mí corazón había comenzado a latir fuertemente de la emoción que sentía al escucharlo. Era asombroso escuchar esas verdades de su boca, y le dije:
— Estoy re-aprendiendo a redirigir mi confianza hacia ti. A veces simplemente no confío. A través de tantos versículos me enseñas que si construyo mi vida depositando mi confianza en la gente y no en ti, mi vida se tambaleará fácilmente con cualquier dificultad.
Antes de levantarse para ir a su taller, me tomó de las manos con firmeza, con aquellas palmas rústicas de carpintero y me dijo:
—Hijita, el que trabaja la tierra día a día sabe mejor que nadie lo arduo que es sembrar, pero también lo satisfactorio que es recoger una buena cosecha.
Recuerda que, al estar cerca de la fuente, incluso en tiempos de sufrimiento o debilidad, usaré tus lágrimas para moldearte. Ningún dolor es eterno, pronto verás el fruto de esa ardua temporada. Si caminamos juntos, nada de lo que vivas será en vano.
Jesus finalizó nuestra charla diciendo:
La cosecha debe ser un recordatorio de mi soberanía. Quiero que siempre recuerdes que estaré contigo y seguiré obrando, no solo en tu nación, sino también en tu corazón. Yo trasciendo temporadas, gobiernos, y cualquier dificultad que esté en tu camino.
Soy eterno.
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